lunes, 31 de diciembre de 2007

"Tú que de la nada sabes más que los muertos”, de Jorge Teillier




“Tú que de la nada sabes más que los muertos”
Tú que temblabas sobre el papel en blanco
Acuérdate de mí que ya no llevo archivos.

Acuérdate de mí que ya no llevo archivos
Ni me conmueven estas líneas que escribo
Ni el vuelo de las golondrinas cada vez más oscuro
Y que no cambiaría por un oro invencible.

Tú que tiemblas sobre el papel en blanco
Acuérdate de mí que escribo cuando me da la gana
Y que no he renegado de una sola palabra
Y no espero oír el canto de los Tripulantes.

He encontrado la nada en unos brazos desnudos
He encontrado la nada en el llanto de un recién nacido
He encontrado la nada en flippers y museos
“Tú que de la nada sabes más que los muertos”.











domingo, 30 de diciembre de 2007

"Todo está en blanco", de Jorge Teillier





Todo está en blanco.
El alba reina en el reloj de pared.
Sus agujas se han detenido.
La sangre de mis venas es un lago en deshielo
            una muchacha se ahogaría al cruzarlo.

Mi doble viste de negro
y sonríe.
Cuando él ocupa mi lugar
bajará la escalera de caracol
y se pondrá esos guantes
que el Príncipe de la Mentira entrega a sus discípulos
para que puedan estrangularse
sin la ayuda de los extranjeros que los traicionaron,
frente al espejo que les sonríe por última vez
diciéndoles que creyeron ser bellos tenebrosos
mientras se oye el aplauso de sus admiradores
los blancos pájaros que vaciaron mis ojos
            y detuvieron el fluir de mi sangre
y luego parten en busca de mis únicos amigos
            aquellos que no conocen todavía el blanco
para decirle que cumplieron una misión más
            a su madre
la Gran Esfinge Blanca.





en CARTAS PARA REINAS DE OTRAS PRIMAVERAS, 1985.




sábado, 29 de diciembre de 2007

"A bordo del 'Bachellor's Delights' en el día de San Jorge", de Jorge Teillier y Juan Cristóbal

Capítulo IX de la serie "La Isla del Tesoro"





Amigo de todas las Naciones, vuelvo de un rápido viaje por las peores tabernas del Viejo Continente, donde los náufragos y locos (como nosotros) beben siempre un barril de ron en la mañana. (Discúlpame una pausa, es para beber un Santa Carolina tres estrellas en el incendio de los cielos. Estoy pobre como siempre, pero me he bebido más estrellas que cualquier general chileno. Arrojo esta botella al Mar de los Recuerdos para ver si nos comunicamos con los caracoles en el silencio milagroso de los huertos). Te cuento: nuestro amigo, el Imbunche, el duende devorador de peces y geranios en las cuevas de los mares y en los mares infernales de los hielos, sigue acechando el Asilo de las Ancianas Desamparadas, con malas artes. Algunos vigías, cuidadores de la inocencia, han pedido su expulsión por sus pésimas intenciones. En fin, como dice mi padre, es cosa de los cielos. Estoy leyendo un gran libro que te recomiendo, «Un hombre a quien le está prohibido vivir y morir a la hora de la fiesta». No sé por qué me gusta.

















viernes, 28 de diciembre de 2007

"Aperitivo", de Jorge Teillier





En el Bar del Hotel de France
Pierdo el tiempo para ganar la esperanza
El corazón parpadea como una hoja
Junto al parpadear de cien hojas verdes
De las muchachas que te olvidaron
Tú podrías recobrar a una
Que era una manzana silvestre
Apenas tocada por la primera helada
Pero el aperitivo es tierno
Como un jilguero sobre un alambre de púa
Como el olor de la tierra tras el riego
Como la cansada luz de una bicicleta
En el camino donde el cartero se ha perdido
Ebrio como yo a mediodía.




 











jueves, 27 de diciembre de 2007

"La llave", de Jorge Teillier




Dale la llave al otoño.
Háblale del río mudo en cuyo fondo
yace la sombra de los puentes de madera
desaparecidos hace muchos años.

No me has contado ninguno de tus secretos.
Pero tu mano es la llave que abre la puerta
del molino en ruinas donde duerme mi vida
entre polvo y más polvo,
y espectros de inviernos,
y los jinetes enlutados del viento
que huyen tras robar campanas
en las pobres aldeas.
Pero mis días serán nubes
para viajar por la primavera de tu cielo.

Saldremos en silencio,
sin despertar al tiempo.

Te diré que podremos ser felices.





* Poema perteneciente a la primera parte de MUERTES Y MARAVILLAS (de un total de ocho), publicado en 1971, sección que fue llamada "I. A los habitantes del País de Nunca Jamás".







miércoles, 26 de diciembre de 2007

"Crónica del forastero", de Jorge Teillier


Fragmento



VII

A Octavio Smith, en La Habana.



La lluvia torna transparente el puente de cimbra.

En un desorden de campanadas
las casas se dispersan a orillas del río.

Se ha echado a perder el tiempo.
El trigo inclina su cabeza
antes de ser torturado como todo salvado..
Quizás haya mala cosecha.

La lluvia cae en los umbrales donde nacimos.
Pasa descalzo el anciano que vende verduras puerta por puerta.

El guardacruzadas tiene frío.
Toda estación es dura para los pobres.

La casa natal
se empequeñece cuando nos acercamos a ella.

Pero alas vibrantes y campanadas
nos hacen recuperar el espacio perdido.

Crucemos el puente de cimbra.















martes, 25 de diciembre de 2007

"Linterna sorda", de Jorge Teillier






Un hombre verá cosas invisibles.
Cuando los deudos lo abandonen
y las canoas vengan desde el oeste,
cuando los deudos a escondidas hayan dejado los panes redondos
               y sacrificado los caballos,
las hijas del guardahilos tendrán miedo
de ver pasar su ánima al atardecer
y los forasteros tendrán visiones que los harán gemir en sueños.

Un hombre, entonces, se desprende del sol y de la luna.











lunes, 24 de diciembre de 2007

"Los trenes de la noche", de Jorge Teillier

Fragmento


9


Yo hubiese querido ver de nuevo
el pañuelo de campesina pobre
con que amarraste tu cabellera desordenada
            por el puelche,
tus mejillas partidas por la escarcha
de las duras mañanas del sur,
tu gesto de despedida
en el andén de la pequeña estación,
para no soñar siempre contigo
cuando en la noche de los trenes
mi cara se vuelve hacia esa aldea
que ahogaron las poderosas aguas.






Santiago-Lautaro, 1963



 







domingo, 23 de diciembre de 2007

"Resurrección", de Jorge Teillier






Resurrección en la tarde. Ya no está el muro
               de los recuerdos.
Campana de fiesta
repica en la mesa
un plato de salmón del Cautín
y un vaso de vino nuevo.

Ángeles te cuidan
desde el corazón de los cerezos
y el barro de la ciudad
lo quita de tu cara
las manos generosas de la noche.

Como gotas de agua suenan los cascos
de un caballo negro y un caballo blanco
que pasan frente a la ventana.
Ebrio salgo tras ellos
por caminos que inventa la luna
de la que juntos huíamos hace años.














sábado, 22 de diciembre de 2007

"Camino rural", de Jorge Teillier






Solitario camino rural
a fines del verano.
¿Qué puedo hacer
troncos podridos sobre el charco?

Temo llegar al pueblo
cuando la niebla se desprende de la tierra.
Temo llegar al pueblo
porque a otro esperan allí
las mujeres que duermen en montones de heno.
Para otro van a amasar pan las hermanas esta noche.
Para otro contarán historias
los que encienden hogueras en los barbechos.

Aparecen lejanas luces
como débiles tañidos de guitarras.
Las perdices silban
llamando a sus parejas.
El pozo se anega de hojas de castaños.
Alguien cierra las ventanas
para no sentir el cruel olor
a glicinas de otro verano.
Salen estrellas desesperadas
como abejas que no pueden hallar el colmenar.

¡Adiós, troncos podridos sobre el charco!
Voy hacia un pueblo donde nadie me espera
por un solitario camino rural
a fines del verano.













viernes, 21 de diciembre de 2007

"En memoria de una casa cerrada", de Jorge Teillier





Mi amigo se atreve a tocar la guitarra
que en herencia le dejó su padre.
Los pasos del muerto resuenan
por las galerías desiertas.
Una sombra se sienta
frente a la chimenea apagada.

En la cocina quedaron
tazas rotas, ollas sucias.
Junto al cerco,
bajo una desordenada llovizna,
el silencio recién llegado
se hace amigo de los perros.

Frente a la puerta cerrada
nos estrechamos las manos
y partimos sin mirar atrás.














jueves, 20 de diciembre de 2007

"Imagen para un estanque", de Jorge Teillier





Y así pasan las tardes:
silenciosas, como gastadas monedas
en manos de avaros.
Y yo escribo cartas que nunca envío
mientras los manzanos se extinguen
víctimas de sus propias llamas.

Hasta que de lejos
vienen las voces
de ventanas golpeadas por el viento
en las casas desiertas,
y pasan bueyes desenyugados
que van a beber al estero.
Entonces debo pedirle al tiempo
un recuerdo que no se deforme
en el turbio estanque de la memoria.

Y horas que sean
reflejos de sol
en el dedal de la hermana,
crepitar de la leña
quemándose en la chimenea
y claros guijarros
lanzados al río por un ciego.















miércoles, 19 de diciembre de 2007

"Eras una candelilla en tu casa", de Jorge Teillier




Eras una candelilla en tu casa
O si querías una estrella errante en el cielo
En la casona
Yo te buscaba
Tropezando
Con un caballo de madera inmóvil desde la muerte
            de los hermanos
Con mis zapatos hundiéndose en el aserrín de los títeres
Y las muñecas de cabeza rota
Y tú ríes
Porque despierto
Y tú sabías
Que despertaría para seguir soñando contigo
Y sólo me queda
Esperar en vano el timbre del cartero
Y me despierta
El ruido de los vendedores de gas
La casona se la llevó la última crecida
Nunca supe cuál era tu pieza
Nunca supe cuál era la ventana oculta
Por la que te asomabas
La ventana cerrada que nos unía para siempre
En un siempre que nunca ha sido siempre.





en EN EL MUDO CORAZÓN DEL BOSQUE, 1997.





martes, 18 de diciembre de 2007

"Apenas hoy podría soñar", de Jorge Teillier





Apenas hoy podría soñar
Miosotis que pensaban en mí
En terminar mis días
Tras un mostrador antiguo
Vendiendo lámparas a carburo y aperos de labranza
Y hablando con los campesinos
Que lían cigarros en papel amarillento
Sobre la próxima cosecha

Apenas podría soñar
Con ya tener el deseo de no soñar
Ser olvidado como la vía muerta de un vagón
            en un desvío

Dadme
Padre Tiempo
Un lugar donde no recuerde a nadie
Porque todos estarán presentes
Como mi madre frente a un mostrador de Freire
            en 1932.





en HOTEL NUBE, 1996.


 





lunes, 17 de diciembre de 2007

"Supersticiones", de Jorge Teillier




Si dos personas
se miran al mismo tiempo en un espejo
la amistad o el amor se romperán.

Tampoco regales nunca un dedal
aunque sea un dedal de oro.

No es bueno cambiar de sitio en una mesa
ni menos mecer una cuna vacía
porque morirán todos los niños que duerman en ella,
o tal vez nadie querrá tener un hijo en esa casa.






En EL MOLINO Y LA HIGUERA, 1993.




domingo, 16 de diciembre de 2007

"Cuento sobre una rama de mirto", de Jorge Teillier



Había una vez una muchacha
que amaba dormir en el lecho de un río.
Y sin temor paseaba por el bosque
porque llevaba en la mano
una jaula con un grillo guardián.

Para esperarla yo me convertía
en la casa de madera de sus antepasados
alzada a orillas de un brumoso lago.
Las puertas y las ventanas siempre estaban abiertas
pero sólo nos visitaba su primo el Porquerizo
que nos traía de regalo
perezosos gatos
que a veces abrían sus ojos
para que viéramos pasar por sus pupilas
cortejos de bodas campesinas.

El sacerdote había muerto
y todo ramo de mirto se marchitaba.

Teníamos tres hijas
descalzas y silenciosas como la belladona.
Todas las mañanas recogían helechos
y nos hablaron sólo para decirnos
que un jinete las llevaría
a ciudades cuyos nombres nunca conoceríamos.

Pero nos revelaron el conjuro
con el cual las abejas
sabrían que éramos sus amos
y el molino
nos daría trigo
sin permiso del viento.

Nosotros esperamos a nuestros hijos
crueles y fascinantes
como halcones en el puño del cazador.







en CARTAS PARA REINAS DE OTRAS PRIMAVERAS, 1985.





sábado, 15 de diciembre de 2007

"Lo que se oyó desde un barril lleno de armas y cerveza", de Jorge Teillier y Juan Cristóbal

Capítulo V de la serie "La Isla del Tesoro"




Discípulo del viejo John Silver, voy a bordo del «Winnipeg», ese de 20 cañones de a ocho, junto a un amigo del vino y los otoños, del vuelo de las aves y del viejo Dylan Thomas y de los bravos bucaneros, peleadores en los muelles por ruinas o botellas. Prepara, como tú sabes, las amarras: llegaré pronto por tus playas para hacer con las nuestras ojos anaranjados en el día. En tus manos encomiendo mi alma para soñar con las gaviotas y ponernos en contacto con los fantasmas en el alba. Y esta vez, mi llegada no es el cuento del pirata. Prepárame posada y noticias de las almas. Poemas y mensajes a carbón de todos los sindicatos de la estrella, para guarecerme, como un oso, de la lluvia y de todos los brujos y los marinos en la aldea.




en LA ISLA DEL TESORO, 1982.








viernes, 14 de diciembre de 2007

"Nadie ha muerto aún en esta casa", de Jorge Teillier





Nadie ha muerto aún en esta casa.
Los presagios del nogal
aún no se descifran
y los pasos que regresan
siempre son los conocidos.

Nadie ha muerto aún en esta casa.
Lo piensan las pesadas cabezas de las rosas
donde el ocioso rocío se columpia
mientras el gusano se enrosca amenazante
en las estériles garras de las viñas.

Nadie ha muerto aún en esta casa.
Ninguna mano busca una mano ausente.
El fuego aún no añora a quien cuidó encenderlo.
La noche no ha cobrado sus poderes.

Nadie ha muerto pero todos han muerto.
Rostros desconocidos se asoman a los espejos
otros conducen hacia otros pueblos nuestros coches.
Yo miro un huerto cuyos frutos recuerdo.

Sólo se oyen pasos habituales.
El fuego enseña a los niños su lenguaje
el rocío se divierte columpiándose en las rosas.
Nadie ha muerto aún en esta casa.









jueves, 13 de diciembre de 2007

"Tarde", de Jorge Teillier




La tarde es una canción
a veces tarareada
por un viajero solitario.
Cuando la canción se apaga
el viento trae palabras
que los árboles no comprenden.

Hojas miedosas se refugian en los cuartos.
Ellas huyen del árbol lleno de musgo,
ese brujo que ha pactado con la noche
y nos ordena cerrar las ventanas.

Toque de queda en el cuartel. Mis amigos
dejan de hacer tagüitas en el río.
¿A qué viajero que una vez cantaba
aún siguen esperando en este pueblo?

Las sombras nos tienden la mano
para llevarnos al molino
en donde junto a una muchacha
cuentan largas historias a los muros.

Rechazamos las manos de las sombras
pues sólo queremos pactar con la noche.
En un árbol hueco tumbado en el camino
se refugia un viajero,
y a ningún viajero que cantaba solitario
debe esperarse ya en este pueblo.








miércoles, 12 de diciembre de 2007

"Crónica del forastero", de Jorge Teillier

Fragmento


V


a Gabriel Barra

Un desconocido
nace de nuestro sueño.

Abre la puerta de roble
por donde se entraba a la quinta de los primeros colonos,
da cuerda a relojes sin memoria.

Las ventanas destruidas
recobran la visión del paisaje.
Aparecen en los umbrales las marcas
que señalaban el crecimiento de los niños.

Mientras dormimos junto al río
se reúnen nuestros antepasados
y las nubes son sus sombras.

Se reúnen los que partiendo de Burdeos o Le Havre
llegaron a la Frontera por caminos recién trazados
mientras sus mujeres daban a luz en las carretas.

Se reúnen los que fueron contrabandistas de ganado,
ladrones de tierra, dueños de hoteles o almacenes,
bandoleros, pioneros de hachas y arados.

Los que mataron mapuches y aprendieron de los mapuches
                      a beber sangre de corderos
                     recién sacrificados,
y fueron enterrados en lo alto de una colina
mientras los deudos se reunían a tomar aguardiente
                     en el Bajo.

Hablan de su resurrección
los ríos cuyos primeros puentes construyeron,
las herramientas aún guardadas en los galpones,
y los que ahora son partículas de alerce
creen escuchar las campanadas anunciando
                     el primer incendio
del pueblo levantado con tablas sin labrar
en medio del invierno del fin del mundo.

En los establos y prostíbulos
se entrelazan parejas furtivas.
Se celebran matrimonios en capillas rústicas.
Los hermanos se matan por herencias.
Los hijos volverán cantando canciones de trincheras.
Las carretas cargadas con los sacos de las primeras
                     cosechas llegan a las bodegas.

El sol quiere alcanzar el árbol de nuestra sangre,
derribarlo y hacerlo cenizas
para que conozcamos a los visibles sólo para la memoria
de quienes alguna vez resucitaremos en los granos de trigo
                     o en las cenizas de los roces a fuego,
cuando el sol no sea sino una antorcha fúnebre
cuyas cenizas creeremos ver desde otras galaxias.

El silencio del sol nos despierta.
¿De dónde viene ese chirriar de puertas invisibles?
Los visitantes miran la mesa vacía y tratan de decirnos
                     que hace falta derramar la ofrenda
de vino en las tumbas.
En el corazón de los alerces se apaga un tictaqueo
                     repitiendo:
“No hay tiempo, no hay memoria”.

Griterío de choroyes
en busca de trigales.
A orillas del río
buscamos huellas.
Rápido parpadeo
de un día de verano
que despierta con nosotros.





 




martes, 11 de diciembre de 2007

"Daría todo el oro del mundo", de Jorge Teillier





Daría todo el oro del mundo
por sentir de nuevo en mi camisa
las frías monedas de la lluvia.

Por oír rodar el aro de alambre
en que un niño descalzo
lleva el sol a un puente.

Por ver aparecer
caballos y cometas
en los sitios vacíos de mi juventud.

Por oler otra vez
los buenos hijos de la harina
que oculta bajo su delantal la mesa.

Para gustar
la leche del alba
que va llenando los pozos olvidados.

Daría no sé cuánto
por descansar en la tierra
con las frías monedas de plata de la lluvia
cerrándome los ojos.













lunes, 10 de diciembre de 2007

"Los trenes de la noche", de Jorge Teillier

Fragmento






7






El sol apenas tuvo tiempo para despedirse
escribiendo largas frases
con la negra y taciturna sombra
de los vagones de carga abandonados.
Y en la profunda tarde sólo se oye
el lamentable susurro
de los cardos resecos.












Santiago-Lautaro, 1963



















domingo, 9 de diciembre de 2007

"La niebla que llega del pantano", de Jorge Teillier




Ahora sólo puedo hablar
para los charcos donde se agitan luces lastimeras.
Para los juncos y los cuervos
que acechan los botes de los pescadores.

Recuerdo que estuve aquí en 1940. Con otros amigos
buscábamos pancoras entre las piedras. Un bote pasó
rozando los juncos. Quizás el mismo que se pierde
rozando por última vez el río.

            Tú recuerdas, tú recuerdas
            esta luna de principios de invierno.
            Pero tu pueblo no era éste, tu pueblo
            era de casas blancas bajo el sol del verano.


Ahora sólo puedo hablar
para la niebla venida del pantano.
La niebla borra la cara de los relojes
y se une al eco de las maniobras de soldados
que despiertan el fantasma del huerto de manzanas.

            Tú recuerdas
            que te hablaba de caminos fangosos
            y de la niebla venida del pantano.
            Pero tú no podías oír, tú eras
            de un pueblo de casas de sol
            bajo un día de verano.












sábado, 8 de diciembre de 2007

"Los conjuros", de Jorge Teillier




a Enrique Rebolledo


Los temerosos de los brujos vecinos
lanzan puñados de sal al fuego
cuando pasan las aves agoreras.
Los buscadores de entierros
en sueños hallan monedas de oro.
Los despierta el jinete del rayo
cayendo hecho llamas entre ellos.

Medianoche de San Juan. Las higueras
se visten para la fiesta.
Eco de gemidos de animales
hundidos hace milenios en los pantanos.
Los chimalenes reúnen las ovejas
que huyen del corral.
Aúllan los perros en casa del avaro
que quiere pactar con el Malo.

Ya no reconozco mi casa.
En ella caen luces de estrellas en ruinas.
Mi amiga vela frente a un espejo:
espera allí aparezca el desconocido
anunciado por las sombras más largas del año.

Al alba, anidan lechuzas en las higueras.
En los rescoldos amanecen huellas de manos de brujos.
Despierto teniendo en mis manos hierbas y tierra
de un lugar donde nunca estuve.






 



viernes, 7 de diciembre de 2007

"Luces de linternas rotas", de Jorge Teillier





Luces de linternas rotas
pueden brillar sobre olvidados rostros,
hacer moverse como antorchas al viento
la sombra de potrillos muertos,
guiar la ciega marcha de las nuevas raíces.

Una débil columna de humo a mediodía
puede durar más que las noches de mil años,
la luz de una linterna rota
ha brillado más que el sol en el oeste.

Una mano sobre las aguas
encuentra las mañanas que perdimos.
En las pupilas de un niño
de nuevo se dibujarán los pescadores
devorados por las viejas mareas.

Alguien escuchará nuestros pasos
cuando nuestros pies sean terrones deformes
alguien soñará con nosotros
cuando seamos menos que un sueño,
y en el agua donde pusimos nuestras manos
siempre habrá una mano
descubriendo las mañanas que perdimos.




 





jueves, 6 de diciembre de 2007

"Nieve nocturna", de Jorge Teillier





¿Es que puede existir algo antes de la nieve?
Antes de esa pureza implacable,
implacable como el mensaje de un mundo que no amamos
pero al cual pertenecemos
y que se adivina en ese sonido
todavía hermano del silencio.
¿Qué dedos te dejan caer,
pulverizado esqueleto de pétalos?
Ceniza de un cielo antiguo
que hace quedar solo frente al fuego
escuchando los pasos del amigo que se va,
eco de palabras que no recordamos,
pero que nos duelen como si las fuéramos
            a decir de nuevo.

¿Y puede existir algo después de la nieve,
algo después de la última mirada del ciego a la palidez
            del sol,
algo después que el niño enfermo olvida mirar
            la nueva mañana,
o, mejor aún, después de haber dormido
            como un convaleciente
con la cabeza sobre la falda
de aquella a quien alguna vez se ama?
¿Quién eres, nieve nocturna,
fugaz, disuelta primavera que sobrevive en el cerezo?
¿O qué importa quién eres?
Para mirar la nieve en la noche hay que cerrar los ojos,
no recordar nada, no preguntar nada,
desaparecer, deslizarse como ella en el visible silencio.





 



miércoles, 5 de diciembre de 2007

"Estación sumergida", de Jorge Teillier





Yo no estoy soñando, lo recuerdo, olvidé cómo se soñaba;
quizás esto sea un mar, bien puede ser la tierra,
encima el cielo deshaciendo su cabellera.
Esto no es un mar sin olas, es una lámina descolorida,
un día muerto por dagas invernales, un día fusilado por lluvias.
De pronto lo rompen manotazos de campanas,
            tictaqueos de sombras,
y se cierra como una cuchillada de trenes oxidados
devorando las cerezas maduras del sol.

Propicio tiempo para levantar cruces de barro
en el pecho de mapuches asesinados, para los caballos
            crepusculares
que se extravían en las acequias.
Ya lo sé, debo escaparme de los ahogados que flotan en los pozos,
voy a beber grandes tragos de poemas silvestres
veo desde el umbral al atardecer mordiendo plazas,
aferrándose gelatinosamente a los tejados rotos,
hasta caer junto a muchachas desfloradas en graneros solitarios
a las antiguas bodegas de la noche.

Pálidamente las horas se reúnen a jugar a las cartas
en torno a la mesa de los días,
desconozco el tren que me dejó entre ellas,
viéndolas alimentarse de cantos estrangulados,
persiguiendo a mis amigos, arrastrándolos en el río del tedio.
Yo no sueño, todo cuanto veo es cierto, ellos pasan
del brazo de mujeres desdentadas, riendo largamente.
Una ola invade mi habitación, recuerdo a mi vecina
cantando hasta que el cielo le llenaba las manos de azul,
yo no besé esas manos, yo tenía al viento cordillerano
arañándome, y la muerte oculta tras viejas
            y profundas fotografías.
Aferrado a un puente de madera,
inclinado sobre las venas turbias de la noche
pasan botellas vacías, libros oxidados de relecturas,
el barrio de las prostitutas pobres
donde cierro los labios por no decir mi nombre.
No es nada esto, sólo que a veces siento temor de saber
            quién soy verdaderamente.

Me gustaría despertar con los labios húmedos
como después de los largos besos de las sabias primas,
como si estuviese tomando café servido por mis hermanas.
Pero si abro los ojos también estaré sumergido,
pues la lluvia hace girar su pausado gramófono,
mientras hay un nevar de alas deshechas por los días,
velorios humedecidos de vino, y esta mano helada en mi garganta,
helada como parroquias y confesionarios que no se desprende,
si la pudiese deshacer un brillar de días felices.

Ahora lo sé, he estado siempre despierto,
mirando silenciosamente la estación sumergida
donde los huesos de las nubes hilachean los árboles.
Alguien me debe esperar –quizás algunos muertos—
pues voy hacia las chimeneas rústicas, los aserraderos vacíos,
las grandes, prestigiosas casas de madera sureña venidas abajo
como flores destrozadas por los duros dientes del olvido,
y busco el sol en los huertos cuyos párpados lo esconden.

Todo me espera en la estación sumergida, nuevamente,
en la empapada de malezas, la crecida de sueños angustiados
            y torvos,
mientras el tiempo detenido cierra sus pesados portones
y confusamente respira en el mar del invierno.





* Poema escrito por Teillier a los 17 años (1952, aprox).






martes, 4 de diciembre de 2007

"Imitando a un poeta de principios de siglo", de Jorge Teillier





He recorrido tan pocos caminos
y he cometido tantos errores.
Risible vida, risibles contradicciones,
así fue y así será siempre.

Me entristece mirarte. Otros labios
desgastaron el calor y el latido de tu cuerpo.
Qué importa. Qué importa que caigan sin sentido
tantas lloviznas muertas.

No las temo. No temo
el moho ni la pobredumbre amarillenta.
No nací para una vida dulce y una sonrisa.

El patio de la casa está sembrado
de los cerezos color de osamenta.
Sí, elegí el invierno
y el marchitarse sin ruido
no debe entristecer a nadie.




En HOTEL NUBE, 1996




lunes, 3 de diciembre de 2007

"Un hombre solo en una casa sola", de Jorge Teillier





Un hombre solo en una casa sola
No tiene deseos de encender el fuego
No tiene deseos de dormir o estar despierto
Un hombre solo en una casa enferma.

No tiene deseos de encender el fuego
Y no quiere oír más la palabra Futuro
El vaso de vino se ha marchitado como un magnolio
Y a él no le importa estar dormido o despierto.

La escarcha ha empañado las ventanas
Pero a él sólo le importa mirar la apagada chimenea
Sólo le gustaría tener una copa que le contara
          una vieja historia
A ese hombre solo en una casa sola.

Una historia como las que oía en su casa natal
Historias que no recuerda como no recuerda
          que aún está vivo
Ve sólo una copa vacía y una magnolia marchita
Un hombre solo en una casa enferma.





Publicado en EL MOLINO Y LA HIGUERA, 1993.




domingo, 2 de diciembre de 2007

"Quizás me escucharías", de Jorge Teillier




a Cristina


Quizás me escucharías
Si supieras que a veces mi lenguaje
Es del ciruelo que teme compartir sus frutos
El de los gatos
Que prefieren el tejado
A las caricias y al plato de leche
El de la estrella
Que muere para anunciar el Nacimiento.

Quizás podrías verme
Si mis manos fueran los pedernales
Que iluminaran los azules pozos de tus ojos.

Quizás me escucharías
Cuando en el País de la Escarcha ya no entonaran mis Salmos
Y se alzará la alabanza al pajar del verano
Donde el asno y el buey esperan a los Magos
y a Medianoche
Los pastores tributan el canto de los gallos.

Escucha –sólo por una vez— escucha:
Cuando mi celosa madre la Luna deje de conducirme
Yo entraré –como entraría el Padre—
Sin temor
A la Nochebuena de la vida
Reflejada en un sacerdotal candelabro de manzanas.










sábado, 1 de diciembre de 2007

"Código del Poeta en «La Isla del Tesoro»", de Jorge Teillier y Juan Cristóbal

Fragmentos del capítulo IV de la serie "La Isla del Tesoro"





        Un poeta tiene la obligación de hacer trabajar a su mujer y dejar que se muera de hambre su anciana madre».

        Un poeta debe pedirle plata a su sobrino para irse a beber con los amigos en la tarde y descubrir desde los espejos los ojos verdes de los ciegos.

        Un poeta jamás debe permitir que el cura le enseñe moralejas a sus hijos, ni religión a sus canarios ni persignarse a sus ahijados entre los geranios de la noche.

        Un poeta debe de hacer de su casa el segundo bar, y del bar su segunda casa.

        Un poeta debe tener amistad con los gitanos para que le adivinen el destino de su vida, para que jamás las cóleras del cielo se desaten en su tumba y para que en verano las luciérnagas lo salven de las garras oscuras de la muerte.

        Un poeta debe exigir a sus hijos que sean futbolistas o cantantes de tango en Europa para que ayuden a sobrevivir a su minusválida familia.

        Un poeta jamás debe llorar cuando una muchacha de ojos de ámbar lo abandona en el silencio de los puentes o en los callejones sombríos de los muelles.

        Un poeta debe soñar todas las noches con su amante y fusilar a los enemigos cuando le roban la memoria o el paisaje de los cantos.

        Un poeta debe morir sólo después de haber tomado la última cerveza en la mañana o después de haber fundado las estrellas y canciones con los niños en la lluvia.




en LA ISLA DEL TESORO, 1982 .